Antes de
llegar siquiera a oírlo, se advierte su cercanía por una leve ondulación en el
manto de niebla que cubre hoy todo este paisaje tan cotidiano; un poco más
tarde y más cerca llega el sonido tenue de su chapoteo contra los cantos de la
playa.
-
Es inútil: hoy no podremos comprobar nada. Si no
vemos ni la boya…
La voz suena
extraña envuelta en este manto que parece silencioso aunque, si escuchas
atentamente, percibes lleno de sonido, no solo el de las leves olas en su
vaivén continuo en la orilla, o, un poco más lejos, golpeando rítmicamente
contra los peñascos que cercan la ensenada; también están las voces de las
gaviotas que llegan desde un lugar impreciso en el gris que unifica cielo,
arena, acantilado y mar en redor. Y otros mil sonidos a la vez amortiguados y
amplificados por la niebla.
-
Espera un poco. Quizás se abra un claro y
podamos hacer la comprobación en un instante, antes de que vuelva a cerrarse…
No es una
intuición, se presiente con una claridad extraña, de celaje murillense: una
tonalidad aurea hace brillar la niebla justo antes de abrirle un estrecho
pasillo al sol, suficiente para comprobar la medición de la boya antes de que
vuelva a caer el telón sobre el escenario, más opaco incluso que antes, quizás
por contraste con la luz anterior.
-
0.05 metros. Marea muerta a las 12:34. O
moribunda si lo prefieres… Yo no me quedo al sepelio. ¿Te vienes?
No, mejor me
quedo un rato y subo dando un paseo entre esta nube que nos envuelve como
jirones de fríos y húmedos sudarios. Humedad para la que no sirven
chubasqueros, porque sale también de dentro, como si nuestra parte líquida
quisiera filtrarse fuera de nuestro cuerpo para reunirse con la que flota
alrededor, tangible, compacta y un punto juguetona, que se va apartando lo
justo para que no lleguemos a mezclarnos con ella.
Y navegando
en este mar gaseoso llegan los barcos del recuerdo: cuando la niebla era un
aliado en el juego del escondite o una disculpa para acechar sigilosos a
cualquier amigo…
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